
Los resultados de ayer no van a resolver la crisis política y más bien alargan esta indefinición que se prolonga ya por años mientras el país se va escurriendo por la cañería sin un remedio eficaz a la vista.
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Por eso la oposición compitió en absoluta desigualdad contra un adversario que, para colmo de males, ante su desprecio por cualquier tipo de consideración ética, carece de escrúpulos cuando se trata de conservar el poder y siente que lo puede perder. De manera que a pesar de la larga lista de obstáculos y limitaciones la Unidad Democrática resistió el asedio, hizo un papel más que digno y conquistó el voto mayoritario en siete capitales de estado, incluyendo Barinas, un trofeo de lujo, pleno de connotaciones simbólicas, que se le arrancó al chavismo en el corazón de su propio territorio. Una verdadera hazaña en la cual el rol de Henrique Capriles resultó decisivo.
Pero lo cierto es que los resultados de ayer no van a resolver la crisis política y más bien alargan esta indefinición que se prolonga ya por años mientras el país se va escurriendo por la cañería sin un remedio eficaz a la vista. Así, el gobierno pretende dominar por completo a una sociedad escindida que, en medio de crecientes penurias, se resiste a la dominación cada vez que acude a las urnas. Y en ese juego donde el acuerdo, el pacto de convivencia y el pluralismo están negados de principio, se van cerrando cada vez más los espacios democráticos porque a pesar de las diez y nueve elecciones celebradas en los últimos quince años con las cuales Maduro se llena la boca, estamos hablando de un vano, pero insistente, intento totalitario.